jueves, 13 de octubre de 2011

Democracia real

Reivindicamos #democraciareal como una exigencia contra los políticos porque, sea de hecho o de derecho (por las deficiencias de la Ley Electoral), parece que #nonosrepresentan.

Pero la exigencia de #democraciareal es también una exigencia contra los ciudadanos por haber hecho dejación de sus propias responsabilidades como tales ciudadanos.

La democracia real —cuando nació— e ideal —como modelo hoy para nosotros— es aquella en la que, como pasa en la lengua helena, no se distingue entre el ‘político’ y el ‘ciudadano’. Y esto, en los siguientes dos sentidos:
  1. Por un lado, los ‘políticos’ no son más que ciudadanos, no una clase privilegiada, nobles, señores feudales. Todos somos iguales ante la ley —en ello consiste básicamente el Estado moderno de derecho democrático— y la inmunidad de los políticos no es impunidad
  2. Pero, por otro lado, los ‘ciudadanos’ —todos— también son políticos y han de ejercer como tales: todos tienen el derecho y, a la vez, la obligación y la responsabilidad, de ‘meterse en política’, o mejor dicho de estar en política, de hacer política, de interesarse por lo público. Delegar en los representantes, en los partidos, no es quedar eximido de responsabilidad política. Así, podemos decir que, si hay corrupción política y si los partidos #nonosrepresentan, o representan a ciertos intereses particulares —sean suyos propios o ajenos— es porque nosotros, los ciudadanos, hasta ahora, se lo hemos permitido.
Hemos aprendido que desentendernos de lo público, de lo que es de todos, y también nuestro, no funciona. Lo hemos aprendido en un momento crítico: en crisis, cuando todo ha tocado fondo y todos los resortes del sistema se han puesto tensos a más no poder. Mientras todo iba bien, bien que nos hemos desentendido de todo… y que se ocupen otros, que para eso cobran (o se les paga); y, si no nos gusta, cambiamos el voto. Una actitud muy displicente, o simplemente ignorante, esa del zapping político, sentados en el sofá de nuestra casa, con el telemando de las elecciones, y una actitud que denota una muy mala educación (cívica). Pues bien, nosotros lo hemos aprendido, en nuestras carnes, como víctimas de la crisis (también el partido del gobierno lo ha sufrido y lo va a sufrir en sus carnes) y ahora los políticos también han de aprenderlo: se lo hemos de explicar nosotros —y, en parte, eso es el #15M.

Hemos de explicarles en qué consiste el mandato que les damos el #20N y en qué no. Pero, en adelante, nosotros ya no podemos más dormir, mientras ellos gestionan nuestro poder (nuestra soberanía). Hemos de velar por el uso y la administración de ese poder: pedir cuentas, hacer propuestas y demandas continuas y sobre la marcha, etc. #15Mforever.

Hemos de hacer, pues, nosotros también política durante los cuatro años de la legislatura: al lado de los políticos, pero también enfrente o detrás de ellos (dándoles soporte o persiguiéndolos y vigilándolos… lo que haga falta). Se nos tiene que hacer duro a todos el trabajo de sacar adelante esta crisis: pero no sólo ‘pagando’ o trabajando más por el mismo o menos sueldo, sino también reclamando lo que se debe y rechazando lo que no se debe hacer.

Debemos influir en la generación de los programas electorales, no sólo saliendo a la calle, sino también yendo a las sedes de los partidos y a las instituciones públicas, siguiendo los procedimientos reglamentarios y los que la imaginación nos dé a entender: abriendo nuevos caminos. Luego, debemos perseguir el cumplimiento de esos programas, hacer las rectificaciones que sean necesarias, desde la base de la ciudadanía, no esperando a las ocurrencias más o menos interesadas y acertadas que los propios políticos puedan tener.

Nuestros delegados políticos serán entonces los defensores de nuestras propuestas, no los que aprovechan una posición dominante para hacer negocios particulares, propios o ajenos.

Quien quiera o necesite algo —por ejemplo los grupos de poder, el capital, los poderes fácticos, etc.— tendrá que plantearlo abiertamente, políticamente, por el conducto reglamentario, a través de la ciudadanía y sus representantes o defensores, pero no buscando el atajo del negocio particular con el político que ostenta un poder (que no es suyo). Pues éste no es nadie sin el soporte del ciudadano y su mandato está limitado y condicionado a lo que según los procedimientos públicos se ha establecido.

El arte de la política, por tanto, no es un oficio, cosa de expertos, ni un negocio a beneficio propio: no saben ‘los políticos’ más de política que los pájaros de ornitología… Políticos somos todos. Ser ciudadano es saber vivir en ciudad (polis), en sociedad: ser político. Es necesario que todos hagamos política de algún modo, cada uno de un modo diferente, adecuado… a sus circunstancias, capacidades, posibilidades, pero a todos incumbe lo público y todos tenemos directa o indirectamente responsabilidad en ello. La política, lo público, es, pues, cosa de todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario